La guerra aérea en Malvinas fue uno de los aspectos más intensos y determinantes del conflicto entre Argentina y el Reino Unido en 1982. En un escenario remoto y con condiciones climáticas extremas, ambas fuerzas desplegaron lo mejor de su aviación militar, librando combates que marcaron un antes y un después en la historia de la guerra moderna.
Argentina, sin portaaviones operativo y con sus bases aéreas en el continente, enfrentó el enorme desafío de operar a grandes distancias. Aun así, sus pilotos demostraron un coraje notable, volando misiones a muy baja altitud para eludir los radares británicos y atacar a la flota enemiga. Aviones como los Douglas A-4 Skyhawk, IAI Dagger y Dassault Mirage III protagonizaron decenas de incursiones, muchas veces sin cobertura electrónica ni apoyo aéreo. El armamento limitado y la falta de reabastecimiento en vuelo complicaron aún más sus misiones.
Uno de los puntos más altos de la aviación argentina fue el uso del Dassault-Breguet Super Étendard, que junto a los misiles antibuque Exocet, logró impactos decisivos contra el destructor HMS Sheffield y el portacontenedores Atlantic Conveyor, infligiendo daños logísticos clave a la flota británica. También se emplearon bombarderos Canberra, el IA-58 Pucará en roles tácticos desde las islas, y el MB-339, que protagonizó uno de los primeros combates aéreos del conflicto.
Del lado británico, la superioridad tecnológica y operativa fue un factor clave. Los BAE Sea Harrier FRS.1, operando desde los portaaviones HMS Hermes y HMS Invincible, lograron establecer la supremacía aérea sobre las islas. Equipados con misiles AIM-9L Sidewinder y radares modernos, derribaron una gran cantidad de aviones argentinos, protegiendo eficazmente a la flota y a las tropas en tierra.
Además, el Reino Unido desplegó una red compleja de apoyo aéreo y logístico, que incluyó aviones Avro Vulcan para bombardeos estratégicos (como en la Operación Black Buck), Victor K.2 como tanqueros para reabastecimiento en vuelo, y Nimrod MR.2 para patrullaje marítimo y guerra antisubmarina.
La guerra aérea en Malvinas dejó numerosas lecciones sobre combate en escenarios remotos, interoperabilidad de fuerzas y el valor del entrenamiento frente a la tecnología. A pesar de las diferencias en recursos, los aviadores argentinos ganaron el respeto incluso de sus adversarios, mientras que la eficacia británica en el uso combinado de aeronaves y portaaviones fue clave para el desenlace del conflicto.